domingo, 15 de febrero de 2015

Un caballero prusiano. Escrito por Abigail Truchsess

UN CABALLERO PRUSIANO.
Escrito por Abigail Truchsess

A finales de 1989, en medio de un festival internacional de teatro, a las puertas del Ríos Reyna, un amigo me dio el mejor de los regalos: La revista Encuadre, Número 19 del mes de junio.

-   Ahí aparece tu abuelo-. Me dijo.
-   ¿Y qué hace mi abuelo aquí?
-   Es uno de los pioneros del cine en Venezuela. ¿No lo sabías?

Pasó las páginas y ahí estaba H.R. Truchsess; era una fotografía de su cara en primer plano, mirando a través del visor de una vieja cámara de cine.  En el dedo anular de su mano  derecha, llevaba puesto un anillo de oro, con el escudo de la familia grabado en lapislázuli.  
Del abuelo tenía vagos recuerdos, fue él quien decidió los nombres de casi todos sus nietos.
Era estricto, había perdido una pierna en un accidente de moto y usaba una “pata de palo”, no era una pata de palo, era una prótesis, pero así decían todos.  Cuando papá lo invitaba a almorzar teníamos que sentarnos derechos, usar los cubiertos con propiedad, no pedir salsa de tomate Ketchut para las papas fritas y jamás desordenar la mantequilla; si queríamos untar el pan debíamos pasar el cuchillo, delicadamente. Si la mantequilla no quedaba plana, el abuelo protestaba. 

-   ¡Ni en las trincheras había visto algo así!

Las trincheras eran las de la Primera Guerra Mundial, hundidas en tierra, cubiertas con ramas y bajo las cuales se escondían él y sus compañeros.  Al escuchar los pasos del enemigo, chaz, chaz, chaz, en estricto silencio, sacaban de la bota un pequeño revolver y se lo ponían en la sien,  la orden era matarse y no entregarse… Mientras los soldados, apenas respirando, permanecían atentos al cese de los pasos, en un rincón, sobre una improvisada mesa, se hallaba la mantequilla, plana y ordenada.

Henner Rochus von Truchsess, nació el 24 de diciembre de 1892, en Koenigsberg, “Monte del Rey” en español, capital de Prusia Oriental, ciudad devastada y tomada por los soviéticos en 1945. Hoy en día se le conoce como Kaliningrado.   

Sus padres fueron Ferdinand von Truchsess y Emma von Klinckowstrom; En 1911 entró a la Academia de la Armada Royal Prusiana; en 1916 fue condecorado con la Cruz de Hierro y la medalla de Austria.  Después del Armisticio, pasa a la reserva con el rango de Capitán.  

Ninguno de los datos anteriores ha sido confirmado.  Guardamos las medallas como tesoros familiares, pero carecemos de documentos que certifiquen su nacionalidad.  

Era de los hombres que creía en la palabra y viviendo aún en Berlín, un comerciante azteca le vendió tierras por un valor de 100 marcos de oro, sellaron el trato con un apretón de manos. Viajó hasta México y no encontró nada, lo habían estafado.  Se embarcó entonces con destino a Venezuela, arribó en 1927, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, entró por el Puerto de la Guaira con un pasaporte a nombre de un pariente, Otto Reinhold Truchsess, nunca supimos por qué. 

Se asentó en Maracaibo, allí se casa con una joven de 17 años, de cuello largo y el perfil de la reina Nefertiti,  Abigail Boccheciampe, la abuela, con ella tuvo seis hijos: Henner, María Teresa, Gísela, Dietrich, Arnim y Axel.  

Gracias al director de origen francés Phillipe Toledano, pude entrevistarme con José Miguel Acosta, quien ha dedicado gran parte de su vida a investigar la historia cinematográfica del país.

-   Si la familia de Henner cobrara por derechos de autor, serían millonarios. ¿Has visto una proyección que siempre aparece en los documentales sobre la muerte de Juan Vicente Gómez? Las imágenes gráficas de “La Demolición de la Cárcel de Rotunda”, eso lo hizo tu abuelo.

Me contó que para 1936, H.R. Truchsess trabajaba como camarógrafo en el Laboratorio Cinematográfico de la Nación, dependiente del Ministerio de Obras Públicas; después fue ascendido a director.

-   Él fue quien introdujo la propaganda institucional dentro del noticiero, como se hacía en los Estados Unidos.

Otro de sus trabajos se tituló “Islas de Perlas” un documental, filmado en 16 milímetros, de una hora de duración que mostraba la vida cotidiana de los neoespartanos.

En 1938 Rómulo Gallegos creó los Estudios Ávila y comenzó a trabajar con él.

En la familia cuentan que el abuelo le propuso a Gallegos realizar “Doña Bárbara”. No había perdido su costumbre de establecer acuerdos de palabra y después de tranzar con el escritor, viajó hasta Apure.  Sudó bastante tratando de mantener la cámara firme, de pie, mientras cruzaba el Arauca en curiara, gastó sus ahorros en la empresa.

De regreso a Caracas buscó a Gallegos, le presentó el material junto a una detallada factura, tal como habían quedado, Gallegos se quedó con el material y nunca le pagó.

-   ¡Es un farsante!- Decía molesto, cada vez que lo veía en la prensa y lo maldijo.- ¡Doña Bárbara jamás será realizada en suelo venezolano!  

No le fue tan mal a Gallegos, “de más allá del Cunaviche, de más allá del Cinaruco, de más lejos que más nunca”, se estrenó la historia de la trágica guaricha en 1943, en México, protagonizada por María Félix y Julián Soler. Existe otra versión de 1998, producida en España…

Su proyecto más doloroso fue la historia del músico José Ángel Lamas, autor del Popule Meus.. Nunca logró concretarlo; sin embargo, no perdió la pasión ni la confianza en sí mismo.  En la papelería de su empresa, Orbis Terrarum, registrada en Maracaibo, se lee la siguiente inscripción: “Cámaras no hacen películas. Lentes, emulsiones, fórmulas, no hacen películas. Películas son hechas detrás de las cámaras. Películas son construidas.”

“Vatti”, como todos le decíamos cariñosamente, “papi” en alemán, no era un hombre religioso, pero creía en el alma.

-   No puede ser que el hombre muera como una cucaracha. Tiene que haber algo más.

Para ese entonces Abigail había fallecido, él se concentraba, “se ponía en eso” decía,  quería saber de ella pero nunca le respondía. Había sido un esposo fiel, cuando le diagnosticaron el cáncer a la abuela una de sus amigas llamó para preguntar por su salud, él le atendió.

-   Mutti está muy mal.
-   Ay cuánto lo siento. ¿Y usted cómo está señor Truchsess?
-   ¿Cómo voy a estar? Si Mutti está mal, estoy mal yo.
-   Ay qué lindo, señor Truchsess. Hasta luego.

La respuesta de Vatti se regó por los pasillos de la clínica, las amigas de Abi lo celebraron muchísimo.  

-   Ellas dicen que los maridos venezolanos no suelen ser tan solidarios con su mujer, mientras que tu venerable padre es, como ves, de alta fidelidad.- Le contó luego a papá.   

Al paso de los años, comenzó a sentirse solo y escribió al consultorio sentimental de la Revista Vanidades bajo el seudónimo “Ignotus”.  Le respondieron y necesitó de una cómplice, su nuera Astrid, la esposa de Arnim, llevó los ramos de rosas para las señoras. 

Tres llamaron su atención: la primera tenía muchas necesidades económicas y él no quería establecer una relación fundamentada en la necesidad. La segunda, era hermosa, rubia, delgada, de grandes ojos verdes, muy elegante, vivía en Altamira y era familia del pintor Luis Alfredo López Méndez. 

-   ¡Muy mojigata!

La tercera era chilena, viuda con una hija. Sus hijos mayores, Henner y María Teresa pusieron el grito en el cielo, cuando supieron que el padre tenía novia.

-   ¡Cómo es posible! ¡Vatti está viejo para andar en eso!

Y en “eso” anduvo algunos años, la relación se enfrió por el rechazo de los hijos y el hábito del cigarrillo de la chilena.

-   El amor tiene un prólogo y un epílogo.- Le confió un día a Astrid-, y ella después del acto amoroso se levanta y sale a fumar. Me hartó.

El 21 de julio de 1969, Neil Armstrong pisó la superficie de la Luna, el hecho fue retrasmitido por todo el planeta. El abuelo lo vio por Radio Caracas Televisión.

-   Varias veces perdí los estribos. No pude hablar. Se me quebró la voz cuando vi a Míster Nixon telefoneando con los hombres en la Luna, y ellos le contestaron, saludando con disciplina militar.  Lloré. Es que soy de otro siglo y de otras tierras.

El día que murió, su perro, un pastor alemán llamado Inca, estaba echado bajo la cama, esperando por él;  de pronto, levantó las orejas, nadie había tocado el timbre o sonado las llaves, pero Inca corrió hasta la entrada, se sentó  en el porche y levantó la pata para saludar.  Así recibía siempre al abuelo, esa tarde, lo despidió. 

Definitivamente no somos “cucarachas”. Vatti sigue presente en sus nietos, bisnietos y tataranietos; arquitectos, músicos, periodistas, en algunos de nuestros hábitos, en la manía de fotografiarlo todo y en la mantequilla, plana y ordenada.


Caracas, 14 de febrero de 2015.


domingo, 8 de febrero de 2015

La orquesta. Escrito por Abigail Truchsess

LA ORQUESTA

Escrito por Abigail Truchsess


Para Javier, el día de su cumpleaños era de todos menos suyo. El ruido que hacían los invitados le era insoportable, le daban ganas de patearlo.

Cuando cumplió cinco, esperó a que la abuela y su mamá se descuidaran, tomó un pitillo de color azul, lo único interesante de aquella fiesta, y se escapó hasta su cuarto. Allí, cerró la puerta y la ventana, apagó la bulla de afuera y empezó a dirigir una orquesta imaginaria.

A la hora de picar la torta:

-       -¿Dónde está Javier?- Preguntó la madre.
-       -Yo creo que subió.- Respondió uno de los primos, con la boca llena de tequeños.
-       -Voy a buscarlo-. Dijo el padre.
   
Un vendaval y un tirón de luz proveniente del pasillo, lo trajeron de vuelta al ruido.  La figura redonda del padre lucia apretada en el marco de la puerta.

-       -Tienes que bajar.
-       -No quiero.
-       -Están todos esperando por ti.
-       -¡No quiero!

El padre no estaba para discutir, lo cargó y lo bajó hasta el patio donde todos esperaban alrededor de la mesa., los niños con pitos y cornetas.

-       -Aquí está, aquí viene.-  Lo recibió la madre, cargándolo.

Y empezaron a cantar,   Javier se tapó los oídos, nada lo apartaba de aquello.

-     -¡Cállense! – Gritó y volvió el silencio, aprovechó el estupor de la madre para soltarse y salir corriendo de nuevo hasta su cuarto.

-     - Me parece que hemos malcriado mucho al niño-  Le comentó la abuela al padre, trató de ser discreta, pero muchos  la oyeron;  el padre miró a la madre con reproche, la culpaba, ella achinó los ojos, contuvo la rabia.

Ya a solas, buscaron a Javier en su cuarto, estaba dormido. El padre insistió en despertarlo para que abriera los regalos, aunque ambos sabían que tampoco le iban a interesar. Ella recogió el pitillo azul del piso y le dijo a su esposo.

-       -Quiero llevarlo a un psicólogo.
-       -¡Lo que nos faltaba, un carajito loco!

Esa noche él no durmió en casa,  agarró una botella de whisky 18 años y se fue a buscar a “la Negrita” una mujer que tenía en la  Guaira de dientes blanquísimos y piernas de roble.  Antes de abrir la puerta del cuarto de hotel, recibió un mensaje de la esposa al celular.

-       -¡Quiero el divorcio!
-       -Yo también-  Fue su respuesta.
-       -¡Tienes el ceño fruncío mi gordo! – lo atajó la Negrita.-  Vente conmigo que te pongo a gozá.

Después de vaciar las rabias en el cuerpo de la Negrita, se bebió a fondo el resto del whisky que le quedaba y bajó hasta la playa, se sentó en la arena y empezó a recordar cuánto les había costado concebir al niño.  Habían sido años de tratamiento, inyecciones de hormonas que la malhumoraban y de horarios y fechas que le quitaron el gusto al sexo.

-       -¡Quería un hijo,  ahí lo tiene! 

Fue humillante para él cuando el médico le dijo que su producción de espermatozoides era muy baja y los complejos de niño gordo de la clase se le alborotaron.   Junto a los malos recuerdos y el vaivén de las olas, se quedó dormido en la playa.
  
Ella en cambio,  no pegó un ojo aquella noche, le hervía la sangre, caminó por toda la casa, en una mesa de la sala reposaba la foto del día de su boda en marco de plata, la miró y pensó con ironía.

-       -¡Hasta que la muerte nos separe mi amor!
 
La tiró contra la pared y rompió una lámpara, el ruido retumbó en la casa y pensó en Javier, fue hasta su cuarto, abrió la puerta con mucho cuidado y ahí estaba dormido, era tan dulce. Amanecía y estaba por acostarse cuando el timbre del celular la sobresaltó, era el esposo.

-       -¿Qué quieres?
-     -  Estoy en la Guaira, se me perdieron las llaves del carro y necesito que me traigas las de repuesto.
-       ¡Mándalas a buscar!

Le colgó, apagó el celular y él la llamó al teléfono de la casa, el timbre repicó varias veces, Javier se despertó.

-       -¿Qué le pasa a papá? ¿Tiene problemas?
 
Tuvo que ir a buscarlo a la playa. Dejó a Javier esperando en el carro y fue a entregarle las llaves.

-    - Voy a pasar toda la tarde paseando con el niño. Te agradezco que te lleves tus cosas y no vuelvas más. 
-      -¡Siempre hay que hacer lo que tú dices! ¿no? ¿Pues sabes cómo es la cosa? Que si voy a buscar mis vainas, yo también estoy harto, harto de ti y de un carajito al que no entiendo. 

Estallaron los reproches, siete años de matrimonio, cinco de los cuales habían caminado sobre vidrios rotos. ¡Cómo dolían las culpas!
      
En un momento ella volteó hacia el carro, no vio a Javier, se acercó  y solo halló sus zapatos y sus medias.  El padre, rápido, salió a buscarlo en la playa, preguntó a unos pescadores si habían visto a un niño y le indicaron que sí, que vieron a un muchachito caminar  solo, con un pitillo en la mano. Continuó en dicha dirección, ella iba detrás de él,  hasta que al fin descubrieron las huellas del niño en la arena, las siguieron y pararon en un punto donde las huellas cambiaban de dirección, ahora sus dedos pequeños apuntaban hacia al mar.  No había más huellas, solo el pitillo abandonado, flotaba como un mal presagio.

La mirada desesperada de ella se encontró con la de él, el corazón paralizado,  ninguno se atrevía a decir lo que estaba pensando.

-       -¡No, no, no… es imposible, él es muy pequeño, él no sabe nadar.-   
-       -¡Javier!.- Lo llamó él a toda voz.

Nadie respondía y cobrando impulso subió hasta el malecón,  desde allí podría divisar mejor el mar. Iba por las  piedras a zancadas, ella se quedó con la vista perdida en el horizonte, apretó su vientre con las manos en puño, los dientes, las lágrimas.  El tiempo era una dolorosa pausa.

-       -Está aquí.-  Gritó él. – Lo encontré.

Ahora era ella la que saltaba, los zapatos le entorpecían la carrera, se los quitó y los echó en cualquier parte, no sintió los arañazos de  las piedras, alcanzó al marido.  

-      - Míralo, ahí está-.

Si, ahí estaba Javier, al otro lado del malecón, frente al mar, con los ojos cerrados, los brazos en cruz, dirigiendo una orquesta imaginaria.

Ella y él bajaron y por alguna razón no quisieron interrumpirlo.  El padre, no sabía qué hacer, así que se quitó los zapatos,  se ubicó a su lado, abrió los brazos y cerró los ojos, ella hizo igual. 

Quedaron en silencio, por primera vez desde que Javier había nacido, juntos frente al mar.

El sonido de las gaviotas, la tibieza del sol y frio del agua que bañaba los pies. La red de un pescador que se alzaba al viento y caía al mar, un canto perdido de  viejos tiempos,  componían una melodía que solo juntos podían escuchar.

-      -Qué gran orquesta, hijo-.


Fin