lunes, 6 de febrero de 2017

EL MUNDO APÁTRIDA DE LOS CUENTOS

EL EXTRAORDINARIO MUNDO APATRIDA
DE LOS CUENTOS TRADICIONALES

Parece una contradicción ubicar las palabras “apátrida” y “tradicional” en la misma oración, pero no lo es; los cuentos y muy destacadamente, los cuentos de la tradición oral, los más longevos, son apátridas, migratorios, miméticos, nómadas, permeables,universales, como todo el arte.  Si fuese posible detectar su ADN, el ingenuo investigador se encontraría ante un espiral tejido con hilos de millones de arañas… ancestrales.

Quizás logre decantar algunas características particulares, pero las tramas, el nudo central, llámese también conflicto humano básico, se presenta igual y se resuelve igual.  Los niños perdidos regresan a casa, la joven humillada se descubre, así como aquella que fue metamorfoseada en rana, tortuga o chango.  Blanca Nieves, Cenicienta, Blanca Flor, Jack, Caperucita, Hansel y Gretel, Bella y Bestia, Hércules, Ulises, Prometeo o Aquiles, por citar solo algunos personajes de cuentos y mitos clásicos, tienen sus equivalentes en todas las culturas, en Egipto, África, China, Japón, Gran Bretaña, Irlanda, Arabia Saudita y América Latina, donde, si bien la conquista le abrió la puerta a todas estas historias a través de España, nuestros primeros pobladores ya tenían historias con elementos comunes a las del viejo continente.

¿Acaso el hombre se hace las mismas preguntas? ¿Imaginamos todos igual?  Carl Jung trató de explicarlo y es bastante conocida su teoría del inconsciente colectivo, ese espacio de la mente en el que bullen los recuerdos comunes a todo ser humano.
 
Lo difícil y grandioso de esta aldea imaginaria, es que no se puede generalizar, no existe delimitación; ni la geografía, ni las guerras, ni las conquistas, ni siquiera las diferentes lenguas han sido obstáculo para su constante fluir. 

¡Nada más diverso y al mismo tiempo que nos haga más iguales, que los cuentos!

Las emociones básicas, amor, miedo, rabia y tristeza; los eventos comunes, nacimiento, iniciación a la vida adulta, pareja, familia, trabajo, fortuna, muerte, nos conciernen a todos y las historias giran a su alrededor.

Ilustración de Tatiana Hauptmann. 
¡Apátridas!¡Apátridas! con cuánta vehemencia escuchamos los venezolanos estás palabras, pronunciadas por el difunto líder Hugo Chávez Frías. ¡Apátridas! como calificativo de hombre abominable que no quiere a su país y de Perogrullo, tampoco a su mamá; sin embargo, es hoy en día una condición sanadora y muy propicia en estos tiempos donde el resurgimiento de ideales nacionalistas (Brexit, Trump y el muro, Trump y el veto a los musulmanes, Le Pen en Francia, voces acomodaticias que giran en torno a seguidores en las redes y el voto popular) pautan el retroceso de la sociedad.

Debemos volver, sí, pero al lado contrario, a la ilimitada aldea imaginaria de los cuentos, donde nativo y extranjero están igual de perdidos en su aventura hacia un final feliz.  Debemos volver a un mundo sin fronteras, de respeto y tolerancia, a la armonía en los contrastes; un regreso a los valores espirituales, tan devaluados en la actualidad y a todo aquello que hace del ser humano, más humano. 

En “Las mil y una noches” después que el Sultán Schariar absuelve a Sheherazade de su condena, la frase final dice: “ningún hecho desagradable volvió a turbar la paz del próspero reino”.   ¿No es eso lo que todos queremos, paz y prosperidad?   ¿Justicia y esperanza?

Si me preguntan ¿Eres apátrida? Pues sí, soy apátrida con todo orgullo, doy mi voz y mi voto por un mundo apátrida.

Abigail Truchsess

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