LA RANA
RITA Y EL NIÑO JESÚS
Escrito por Abigail Truchsess
El viejo Pacheco bajó de la montaña a
Caracas con sus vientos fríos, traía consigo
olor a flores y mandarinas; el sol, también hacía de las suyas, pulía el espejo azul del cielo y aquella luz
brillante le entibiaba el corazón a Rita, una rana de sangre fría, que no
aguantaba la risa:
¡Había llegado la Navidad!
Rita vivía en una fuente en forma de
escarabajo, en un viejo parque de la ciudad.
Cualquiera que por accidente pasara por allí, pensaría que en aquel lugar olvidado no había
espacio para la ilusión, pero la ilusión de Rita era inmensa.
Decoró su casa con perlas de rocío, las
flores rojas y amarillas del papagayo que año tras año florecía al lado de la
fuente y un racimo central con hojas y pétalos de loto.
Para ese año ella había pedido un regalo
muy especial: ¡Rita quería conocer, personalmente, al Niño Jesús!
-
¡Qué
tonta! ¡Tonta, retonta! - Le decía Marta, una mariposa carnavalesca con
aires de sabihonda, que siempre la venía a visitar. - ¿Acaso sus padres nunca le han dicho la
verdad? ¡El niño Jesús no existe!
-
¡Si
existe, claro que existe!- Le replicaba Rita, Eustaquio y yo lo esperamos todos los años a
medianoche.
-
¿Alguna
vez lo han visto? – Preguntaba, bailoteando las alas.
-
No,
jamás, el niño es muy tímido, no le gusta que lo vean. Además, tiene mucho trabajo en nochebuena,
pasa por las casas como un celaje y nos deja hermosos regalos…
-
Ay
no, no, no, no, no. ¿Cómo puede ser tan
crédula? ¡Todo lo que dice son ingenuidades!
Debe obligar a su prometido que le diga la verdad, encararlo, que le
cuente cómo es que él deja los regalos a escondidas suya, para hacerte creer en
algo que no existe. ¡Madure!
Marta se fue a volar por otros
lados, no quería perder su tiempo con
una idealista. De aleteo en aleteo, fue
dejando la queja entre las palomas, los ratones y las ardillas del parque, que
empezaron a reírse de Rita.
Esther, la lombriz de tierra se asomó
desde lo más húmedo de su casa y trató de hacerla entrar en razón:
-
La
Navidad es un invento de los humanos, que viven para comer, gastar y comprar. El
niño Jesús es un asunto comercial.
¡Hasta los más pequeños lo saben!
La Cucaracha Comanche, que había
sobrevivido a muchas guerras mundiales y se había instalado en una jardinera
llena de latas de refresco, también hizo el esfuerzo de mostrarle la dura
realidad y se la llevó hasta la avenida principal y ahí se detuvieron en una
esquina.
- Mire a todos comprando
montones de cosas de plástico y metal, cables, cajas, papeles, pilas y cartones
que terminan en los basureros.
Rita veía
desde los zapatos hasta las pantorrillas de los humanos, de todos los
colores, de todos los estilos, con dedos por dentro y por fuera, tacones altos,
bajos, rotos y de goma, unos y otros caminaban, se cruzaban, se pisaban,
pasaban, vociferaban. Aquello era un
tormento.
Esther, que conocía todos los caminos del
mundo subterráneo, les salió al
encuentro desde una alcantarilla:
- Rita, usted tiene que
aprender a ser más práctica, echar aparte los cuentos del Niño Jesús y pedirle
a su prometido un anillo de brillantes de regalo.
- ¿Y para qué quiero yo un
anillo de brillantes?- Preguntó asombrada Rita.
- Para saber cuánto la quiere-
Le respondió la lombriz. -Mientras más
grande, más amor.
- Yo no necesito de un anillo
de brillantes para probar el cariño de mi novio- Le respondió Rita ofendida.- Y piensen lo que piensen todos, mi deseo será
cumplido. Se lo pedí con mi corazón a
las estrellas y estoy segura que escucharon.
Las carcajadas chillonas de las ardillas vibraron
por la calle principal y el Sapo Don Eustaquio, que era el prometido de Rita,
las escuchó muy serio, él iba de camino hasta su fuente con una cajita de ricas
moscas azucaradas, para ella.
Don Eustaquio era un sapo gordo, verde-rayado,
muy elegante e instruido; sentía interés por el acontecer nacional y gustaba de
leer la prensa que tiraban fuera de los cestos de basura y aunque podría suponerse
que era de temperamento racional, él creía
en la fuerza del corazón.
Meses antes de Navidad, le había
prometido a Rita que desempolvaría su mejor sombrero para acompañarla a conocer
al niño Jesús.
- Todo aquello que se pide con
sinceridad se cumple. -Le aseguró- Hay un
mundo que nadie ve sino que siente, donde hay oídos especializados en recibir
los deseos de las buenas almas. Estoy
seguro que un alma tan dulce, con una voz tan especial como la suya ha sido
escuchada y ha llevado el recado al querido niño.
Don Eustaquio apuró el paso, pensó que su
prometida estaría muy agobiada por las malas lenguas del parque, todas juntas y
orquestadas para hablar en sorna de su deseo…
Rita lo recibió con un abrazo en su sala de pétalos de loto y toda
preocupación se esfumó para los dos.
¡Hasta que llegó el día de Navidad!
Los animalitos del parque se acomodaron a la última
moda, de lo más emocionados, murmurando y aguantando hasta las lágrimas las
carcajadas que les producía la ingenuidad de Rita. Era el chisme del día.
- ¡Ahí se quedará
esperando hasta quedarse tiesa!
La ciudad estaba engalanada de luces y había mucha
expectativa entre los transeúntes por un pesebre viviente que iban a montar en la Plaza Central.
Rita y Don Eustaquio se prepararon para la
fiesta mejor que nunca, ella se puso un vestido nuevo de lunares y una bufanda
violeta, preparó una cesta con panecillos de jamón y pasas. Don Eustaquio se puso un elegante sombrero de
ala ancha y corbatín y preparó una botella de ponche crema con la receta de su
abuela.
Atravesaron el parque con dificultad
porque los niños iban y venían a toda velocidad en sus patines, los padres corrían tras ellos y una madre preocupada
por su hija que apenas estaba aprendiendo a montar la bicicleta, casi los
pisa.
Resonó una corneta de carro.
Dos amigos que tenían tiempo sin verse,
se abrazaron en medio de la multitud, uno de ellos sacó una botella y el otro
la batió y la descorchó. Una lluvia de líquido espumante cayó sobre Rita y Eustaquio,
si no es porque las alas de su sombrero eran tan grandes, la pobre Rita se
emparama completa.
- ¡Esto es felicidad, Rita! - La animó Don Eustaquio.
Al fin, entre los apretones, huyendo de
los pisotones, llegaron hasta la Plaza Central,
grandes cartelones anunciaban el “Gran
Nacimiento Viviente” y Rita miró a su novio con el corazón a estallar.
- ¿Viste el anuncio? ¡El niño
Jesús vendrá a la Plaza Central! Mi deseo se hará realidad.
Y
siguieron adelante. Marta, la mariposa carnavalesca, se acercó hasta la lucida
pareja:
- ¿Vienen a ver al niño
Jesús? Están por anunciarlo. La Virgen y San José vendrán por la avenida a caballo, los pastores arrearan a un burro y a una
vaca de verdad.
- ¿“De verdad”? Si todo es de
verdad. La Virgen, San José, el niño… ¿Acaso duda que no lo sean?- preguntó Rita.
- Ay Rita ¿No me diga que usted sigue con el
cuento de conocer al niño Jesús?
- ¡Lo están anunciando!- Dijo
Rita, en un grito ahogado.
Una fanfarria de trompetas y baterías
acalló la gritería, los niños humanos se hincaban sobre sus pies para ver a los
famosos.
- Es publicidad- Insistió
Marta en explicarle a Rita.- Una empresa lechera los contrató. Van a sacar
una marca nueva. Los que vienen son
actores y el bebé que van a mostrar será un monigote con fuegos artificiales
¿No ha leído la programación?
- En los periódicos no salió nada
al respecto- comentó Don Eustaquio.
- Repartieron panfletos por
toda la ciudad.- Le refutó Marta, luego suspiró para no dejarse ganar por la
impaciencia y continuó explicando.- San José es un cantante de rap y la Virgen
María una bailarina de jazz. Ellos
abrirán el espectáculo de Navidad. ¡Por
favor, dejen de creer en cuentos! ¡Sean
serios!
- Lo somos- Respondió Don
Eustaquio.
Y tomó a su novia del brazo y se la llevó
a la otra esquina de la plaza, dando saltos.
- No hagas caso a esa mariposa
carnavalesca, ella ha perdido la ilusión.- Le dijo a Rita.
Marta se incorporó a su grupo de
mariposas y todas se echaron a reír, evidentemente de Rita, que las escuchó y
la duda comenzó a carcomerla poco a poco.
¿Será verdad lo que ellas dicen?
¿Seré el hazmerreír de todos por mi ingenuidad?
Miró a su alrededor, los humanos se
carcajeaban y gritaban, coreaban canciones de rock miles, la Virgen María y San
José saludaban a todos, montaban elegantes caballos, lanzaban caramelos y la
vaca era precedida por un gran cartel publicitario con el nombre de una leche
muy pura de larga duración. Nada se
parecía a lo que ella esperaba.
- Me quiero ir Eustaquio. –
dijo en tono melancólico.
Y él, que no soportaba ver a su novia
triste se apresuró a complacerla.
- La voy a llevar a un lago
que guarda una luna llena para los enamorados.
Y estaban dando la vuelta cuando los actores
que hacían de pastores, el burro y la vaca de la gran caravana les cortaron el
paso, venían en procesión.
Don Eustaquio, ubicó un resquicio entre las
piernas y los zapatos nuevos de los humanos, trató de meterse, cuidando de Rita
pero una chica los apartó al golpe de una sandalia de plataforma, y el sapo y
la rana volaron por los aires.
Ella se aferró a su cesta de panecillos de jamón
con pasas y cayó en la cabeza de la Virgen María. Don Eustaquio abrazado a la
botella de ponche crema, cayó en la
espalda de San José.
Por un brevísimo instante, Rita creyó que
su deseo se haría realidad, de manera un poco accidentada, claro, pues una carita sonriente se asomó entre las
cobijas que cargaba la Virgen María. Pasaron
segundos muy largos para ella en los que descubrió que era una carita pintada
de un muñeco relleno, Rita gritó del
susto y la Virgen María, que le tenía
pánico a las ranas también gritó como una endemoniada.
- ¡Quítenmela! ¡Quítenmela!
La bufanda violeta de Rita se enredó en
el tocado de la Virgen María y cuando logró saltar de nuevo hacia la calle,
entre los sacudones que le daban los pastores, se trajo el manto y la peluca de
la actriz, cuyo real cabello estaba pintado de verde con mechones colorados.
El horror más grande fue al ver al
cantante que hacía de San José, era calvo y con tatuajes desde la punta de la
calva al talón, había quedado en calzoncillos
tratando de sacarse de encima a Don Eustaquio.
Luchó contra él hasta que logró agarrarlo
por una pata y lo miró de frente, trató de lucir intimidante, más el valiente
sapo no se amilanó, frunció el ceño y le mordió la nariz.
- ¿Quieres guerra? – Preguntó
el falso San José con el deseo de venganza apretado en los dientes. – Tendrás
lo tuyo, sapo feo y arrogante.
Sin dar chance a reacción, metió al elegantísimo
Don Eustaquio dentro del monigote que hacía de niño Jesús, sacó un fósforo,
prendió la mecha y lo lanzó al cielo.
Rita miró llena de pánico como su novio
volaba por los aires dentro de aquel monigote de fuegos artificiales, pero Don
Eustaquio era ágil y pudo saltar a tiempo y atajar la botella de ponche, antes que el monigote explotará y la pólvora
estallara haciendo figuras hermosas en el cielo, que nadie se detuvo a mirar,
porque la vaca se asustó con el
estallido y empezó a dar cabezazos por aquí y por allá, el burro se lanzó a rebuznar durísimo, los caballos se
desbocaron y la muchedumbre corrió
despavorida sin dirección fija.
- ¡Pandemonio! - gritaban unos y otros, sin control. – ¡Pandemonio!
Los animalitos del parque que conocían a Rita
y Don Eustaquio, también empezaron a correr alarmados y no perdieron chance de
culparlos. Los espantaron furiosos.
-
Váyanse
de aquí. Han destruido la Navidad.
Acabaron con la fiesta de todos.
A Rita se le rompió el corazón. Don Eustaquio la tomó del brazo, protector y dando
saltos veloces, dejaron el desastre
atrás.
Agotados, después de saltar muchos
kilómetros, por fin se sentaron a
descansar junto al lago del que le había hablado Eustaquio. No se veía la luna por ningún lado y Rita no
hacía sino llorar y llorar, se sentía tan defraudada.
- Soy
una ingenua, el niño Jesús no existe.
El amoroso novio la consolaba.
- No
los escuche, Rita… No siempre hace falta ver las cosas para poder creer en
ellas. ¿Sabe qué es la fe? Es amor
ciego, como el que siento yo por usted. A
mi no me hace falta gran conocimiento ni pronóstico para saber que viviré feliz
el resto de mi vida a su lado.
La luna llena que el lago guardaba para
los enamorados, se asomó entonces y la dulce rana recuperó la esperanza.
De regreso a casa, oyeron un gemido, a medida
que avanzaban lo escuchaban más y más cerca.
Venía de un hoyo, se asomaron a ver y
descubrieron a un pobre ratoncito, que había caído dentro, estaba muerto de frío.
-
Pobrecito
¿Qué le pasó?- Pregunto Rita.
-
Estaba
yendo hacia la fiesta del parque y me topé de frente con una bandada de humanos
que venían huyendo de algo que sucedió en la plaza. ¡Si no me lanzo al hoyo, me aplastan como
tortilla! Ahora no puedo salir y tengo tanto frío. – les respondió gimiendo.
Don Eustaquio y Rita lo ayudaron a salir,
lo abrigaron y pasado el susto, lo acompañaron hasta su casa.
-
Papá
y mamá deben estar muy preocupados por mí.
Llegaron hasta un garaje de chatarra,
allí en el muro, habían cavado su cueva. Mamá Ratón salió a recibirlos:
-
Hijo,
¿Por qué tardaste tanto? Tu padre se estaba poniendo el saco para salir a
buscarte.
– José, nuestro hijo está
aquí, Chu, regresó. - Avisó entonces mamá Ratón, hacia el interior
de la casa y papá Ratón también salió a recibirlos, traía un bastón para
caminar y un abrigo de lana.
-
¡Bienvenidos!
– les dijo a todos.
Luego de las explicaciones de rigor y de reír
un poco por la locura navideña humana, los padres de Chu invitaron a Rita y Don
Eustaquio a cenar con ellos, compartieron el ponche crema y los panecillos de
jamón y pasas; un rato más tarde llegó una Chicharra con su amigo Coco de lluvia
y se echaron a cada lado de papa y mamá Ratón.
Un coro de grillos deleitó la noche con
melodía de violines y la luna de los enamorados se posó en el inmenso cielo, vistió
a todos con luz plata. Aquello parecía
un nacimiento viviente. ¡Era un
nacimiento!
-
¿Está
viendo lo mismo que yo, Eustaquio? ¡Son Jesús, María y José! – Dijo Rita, con
el corazón tibio en su cuerpo de sangre fría.
-
Si,
son ellos Rita, se ha cumplido su deseo. – La sonrisa de Don Eustaquio no le cabía
en la cara.
Chu les guiño el ojo y les susurró:
-
¡Será
nuestro secreto!
Rita y don Eustaquio regresaron juntos a
la fuente en forma de escarabajo, con
una alegría tan grande que les duró toda la vida.
Feliz Navidad.
Fin.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario