domingo, 14 de septiembre de 2014

La Rana Rita y el niño Jesús.

LA RANA RITA Y EL NIÑO JESÚS

Escrito por Abigail Truchsess


El viejo Pacheco bajó de la montaña a Caracas con sus vientos fríos, traía consigo  olor a flores y mandarinas; el sol, también hacía de las suyas,  pulía el espejo azul del cielo y aquella luz brillante le entibiaba el corazón a Rita, una rana de sangre fría, que no aguantaba la risa:

¡Había llegado la Navidad!

Rita vivía en una fuente en forma de escarabajo, en un viejo parque de la ciudad.  Cualquiera que por accidente pasara por allí,  pensaría que en aquel lugar olvidado no había espacio para la ilusión, pero la ilusión de Rita era inmensa.

Decoró su casa con perlas de rocío, las flores rojas y amarillas del papagayo que año tras año florecía al lado de la fuente y un racimo central con hojas y pétalos de loto.  

Para ese año ella había pedido un regalo muy especial: ¡Rita quería conocer, personalmente,  al Niño Jesús!

-          ¡Qué tonta!  ¡Tonta, retonta! -  Le decía Marta, una mariposa carnavalesca con aires de sabihonda, que siempre la venía a visitar.  - ¿Acaso sus padres nunca le han dicho la verdad? ¡El niño Jesús no existe!

-          ¡Si existe, claro que existe!- Le replicaba Rita,  Eustaquio y yo lo esperamos todos los años a medianoche.

-          ¿Alguna vez lo han visto? – Preguntaba, bailoteando las alas.

-          No, jamás, el niño es muy tímido, no le gusta que lo vean.  Además, tiene mucho trabajo en nochebuena, pasa por las casas como un celaje y nos deja hermosos regalos…

-          Ay no, no, no, no, no.  ¿Cómo puede ser tan crédula? ¡Todo lo que dice son ingenuidades!  Debe obligar a su prometido que le diga la verdad, encararlo, que le cuente cómo es que él deja los regalos a escondidas suya, para hacerte creer en algo que no existe. ¡Madure!

Marta se fue a volar por otros lados,  no quería perder su tiempo con una idealista.  De aleteo en aleteo, fue dejando la queja entre las palomas, los ratones y las ardillas del parque, que empezaron a reírse de Rita. 

Esther, la lombriz de tierra se asomó desde lo más húmedo de su casa y trató de hacerla entrar en razón:
           
-          La Navidad es un invento de los humanos, que viven para comer, gastar y comprar. El niño Jesús es un asunto comercial.  ¡Hasta los más pequeños lo saben!   

La Cucaracha Comanche, que había sobrevivido a muchas guerras mundiales y se había instalado en una jardinera llena de latas de refresco, también hizo el esfuerzo de mostrarle la dura realidad y se la llevó hasta la avenida principal y ahí se detuvieron en una esquina. 

-       Mire a todos comprando montones de cosas de plástico y metal, cables, cajas, papeles, pilas y cartones que terminan en los basureros.

Rita veía  desde los zapatos hasta las pantorrillas de los humanos, de todos los colores, de todos los estilos, con dedos por dentro y por fuera, tacones altos, bajos, rotos y de goma, unos y otros caminaban, se cruzaban, se pisaban, pasaban, vociferaban.  Aquello era un tormento.

Esther, que conocía todos los caminos del mundo subterráneo,  les salió al encuentro desde una alcantarilla:   

-       Rita, usted tiene que aprender a ser más práctica, echar aparte los cuentos del Niño Jesús y pedirle a su prometido un anillo de brillantes de regalo.

-       ¿Y para qué quiero yo un anillo de brillantes?- Preguntó asombrada Rita.

-       Para saber cuánto la quiere- Le respondió la lombriz.  -Mientras más grande, más amor.
 
-       Yo no necesito de un anillo de brillantes para probar el cariño de mi novio- Le respondió Rita ofendida.-  Y piensen lo que piensen todos, mi deseo será cumplido.  Se lo pedí con mi corazón a las estrellas y estoy segura que escucharon.

Las carcajadas chillonas de las ardillas vibraron por la calle principal y el Sapo Don Eustaquio, que era el prometido de Rita, las escuchó muy serio, él iba de camino hasta su fuente con una cajita de ricas moscas azucaradas, para ella.

Don Eustaquio era un sapo gordo, verde-rayado, muy elegante e instruido; sentía interés por el acontecer nacional y gustaba de leer la prensa que tiraban fuera de los cestos de basura y aunque podría suponerse que era de temperamento racional,  él creía en la fuerza del corazón.

Meses antes de Navidad, le había prometido a Rita que desempolvaría su mejor sombrero para acompañarla a conocer al niño Jesús.

-       Todo aquello que se pide con sinceridad se cumple. -Le aseguró-   Hay un mundo que nadie ve sino que siente, donde hay oídos especializados en recibir los deseos de las buenas almas.  Estoy seguro que un alma tan dulce, con una voz tan especial como la suya ha sido escuchada y ha llevado el recado al querido niño.

Don Eustaquio apuró el paso, pensó que su prometida estaría muy agobiada por las malas lenguas del parque, todas juntas y orquestadas para hablar en sorna de su deseo…  Rita lo recibió con un abrazo en su sala de pétalos de loto y toda preocupación se esfumó para los dos. 

¡Hasta que llegó el día de Navidad!  

Los animalitos del parque se acomodaron a la última moda, de lo más emocionados, murmurando y aguantando hasta las lágrimas  las  carcajadas que les producía la ingenuidad de Rita.   Era el chisme del día.

-       ¡Ahí se quedará esperando hasta quedarse tiesa!

La ciudad estaba engalanada de luces y había mucha expectativa entre los transeúntes por un pesebre viviente que iban a montar en la Plaza Central.

Rita y Don Eustaquio se prepararon para la fiesta mejor que nunca, ella se puso un vestido nuevo de lunares y una bufanda violeta, preparó una cesta con panecillos de jamón y pasas.  Don Eustaquio se puso un elegante sombrero de ala ancha y corbatín y preparó una botella de ponche crema con la receta de su abuela.

Atravesaron el parque con dificultad porque los niños iban y venían a toda velocidad en sus patines,  los padres corrían tras ellos y una madre preocupada por su hija que apenas estaba aprendiendo a montar la bicicleta, casi los pisa.  

Resonó una corneta de carro. 

Dos amigos que tenían tiempo sin verse, se abrazaron en medio de la multitud, uno de ellos sacó una botella y el otro la batió y la descorchó. Una lluvia de líquido espumante cayó sobre Rita y Eustaquio, si no es porque las alas de su sombrero eran tan grandes, la pobre Rita se emparama completa.

-       ¡Esto es felicidad, Rita! -  La animó  Don Eustaquio.
  
Al fin, entre los apretones, huyendo de los pisotones, llegaron hasta la Plaza Central,  grandes cartelones anunciaban el “Gran Nacimiento Viviente” y Rita miró a su novio con el corazón a estallar.
           
-       ¿Viste el anuncio? ¡El niño Jesús vendrá a la Plaza Central! Mi deseo se hará realidad.

 Y siguieron adelante. Marta, la mariposa carnavalesca, se acercó hasta la lucida pareja:
-       ¿Vienen a ver al niño Jesús?  Están por anunciarlo.  La Virgen y San José  vendrán por la avenida a caballo,   los pastores arrearan a un burro y a una vaca de verdad.

-       ¿“De verdad”? Si todo es de verdad. La Virgen, San José, el niño… ¿Acaso duda que no lo sean?- preguntó Rita.

-        Ay Rita ¿No me diga que usted sigue con el cuento de conocer al niño Jesús?

-       ¡Lo están anunciando!- Dijo Rita,  en un grito ahogado.


Una fanfarria de trompetas y baterías acalló la gritería, los niños humanos se hincaban sobre sus pies para ver a los famosos.
  
-       Es publicidad- Insistió Marta en explicarle a Rita.-   Una empresa lechera los contrató. Van a sacar una marca nueva.  Los que vienen son actores y el bebé que van a mostrar será un monigote con fuegos artificiales ¿No ha leído la programación? 

-       En los periódicos no salió nada al respecto- comentó Don Eustaquio.

-       Repartieron panfletos por toda la ciudad.- Le refutó Marta, luego suspiró para no dejarse ganar por la impaciencia y continuó explicando.-   San José es un cantante de rap y la Virgen María una bailarina de jazz.  Ellos abrirán el espectáculo de Navidad.  ¡Por favor, dejen de creer en cuentos!  ¡Sean serios!

-       Lo somos- Respondió Don Eustaquio.  

Y tomó a su novia del brazo y se la llevó a la otra esquina de la plaza, dando saltos.

-       No hagas caso a esa mariposa carnavalesca, ella ha perdido la ilusión.- Le dijo a Rita.

Marta se incorporó a su grupo de mariposas y todas se echaron a reír, evidentemente de Rita, que las escuchó y la duda comenzó a carcomerla poco a poco.  ¿Será verdad lo que ellas dicen?  ¿Seré el hazmerreír de todos por mi ingenuidad?

Miró a su alrededor, los humanos se carcajeaban y gritaban, coreaban canciones de rock miles, la Virgen María y San José saludaban a todos, montaban elegantes caballos, lanzaban caramelos y la vaca era precedida por un gran cartel publicitario con el nombre de una leche muy pura de larga duración.   Nada se parecía a lo que ella esperaba. 
 
-       Me quiero ir Eustaquio. – dijo en tono melancólico.  

Y él, que no soportaba ver a su novia triste se apresuró a complacerla.

-       La voy a llevar a un lago que guarda una luna llena para los enamorados. 

Y estaban dando la vuelta cuando los actores que hacían de pastores, el burro y la vaca de la gran caravana les cortaron el paso, venían en procesión. 

Don Eustaquio, ubicó un resquicio entre las piernas y los zapatos nuevos de los humanos, trató de meterse, cuidando de Rita pero una chica los apartó al golpe de una sandalia de plataforma, y el sapo y la rana volaron por los aires.

Ella  se aferró a su cesta de panecillos de jamón con pasas y cayó en la cabeza de la Virgen María. Don Eustaquio abrazado a la botella de ponche crema,  cayó en la espalda de San José.

Por un brevísimo instante, Rita creyó que su deseo se haría realidad, de manera un poco accidentada, claro,  pues una carita sonriente se asomó entre las cobijas que cargaba la Virgen María.  Pasaron segundos muy largos para ella en los que descubrió que era una carita pintada de un muñeco relleno,  Rita gritó del susto y la Virgen María,  que le tenía pánico a las ranas también gritó como una endemoniada.

-       ¡Quítenmela! ¡Quítenmela!

La bufanda violeta de Rita se enredó en el tocado de la Virgen María y cuando logró saltar de nuevo hacia la calle, entre los sacudones que le daban los pastores, se trajo el manto y la peluca de la actriz, cuyo real cabello estaba  pintado de verde con mechones colorados. 

El horror más grande fue al ver al cantante que hacía de San José, era calvo y con tatuajes desde la punta de la calva al talón, había quedado en calzoncillos  tratando de sacarse de encima a Don Eustaquio.  

Luchó contra él hasta que logró agarrarlo por una pata y lo miró de frente, trató de lucir intimidante, más el valiente sapo no se amilanó, frunció el ceño y le mordió la nariz.

-       ¿Quieres guerra? – Preguntó el falso San José con el deseo de venganza apretado en los dientes. – Tendrás lo tuyo, sapo feo y arrogante.  

Sin dar chance a reacción, metió al elegantísimo Don Eustaquio dentro del monigote que hacía de niño Jesús, sacó un fósforo, prendió la mecha y lo lanzó al cielo.

Rita miró llena de pánico como su novio volaba por los aires dentro de aquel monigote de fuegos artificiales, pero Don Eustaquio era ágil y pudo saltar a tiempo y atajar la botella de ponche,  antes que el monigote explotará y la pólvora estallara haciendo figuras hermosas en el cielo, que nadie se detuvo a mirar, porque la vaca  se asustó con el estallido y empezó a dar cabezazos por aquí y por allá, el burro  se lanzó a rebuznar durísimo, los caballos se desbocaron  y la muchedumbre corrió despavorida sin dirección fija.

-       ¡Pandemonio! - gritaban  unos y otros, sin control. – ¡Pandemonio!

Los animalitos del parque que conocían a Rita y Don Eustaquio, también empezaron a correr alarmados y no perdieron chance de culparlos.   Los espantaron furiosos.

-          Váyanse de aquí. Han destruido la Navidad.  Acabaron con la fiesta de todos.     

A Rita se le rompió el corazón.  Don Eustaquio la tomó del brazo, protector y dando saltos veloces, dejaron  el desastre atrás.

Agotados, después de saltar muchos kilómetros,  por fin se sentaron a descansar junto al lago del que le había hablado Eustaquio.  No se veía la luna por ningún lado y Rita no hacía sino llorar y llorar, se sentía tan defraudada.

-       Soy una ingenua, el niño Jesús no existe.

El amoroso novio la consolaba.

-      No los escuche, Rita… No siempre hace falta ver las cosas para poder creer en ellas.  ¿Sabe qué es la fe? Es amor ciego, como el que siento yo por usted.  A mi no me hace falta gran conocimiento ni pronóstico para saber que viviré feliz el resto de mi vida a su lado.

La luna llena que el lago guardaba para los enamorados, se asomó entonces y la dulce rana recuperó la esperanza. 

De regreso a casa, oyeron un gemido, a medida que avanzaban lo escuchaban más y más cerca.  Venía de un hoyo, se asomaron a ver y  descubrieron a un pobre ratoncito, que había caído dentro,  estaba muerto de frío.

-          Pobrecito ¿Qué le pasó?- Pregunto Rita.

-          Estaba yendo hacia la fiesta del parque y me topé de frente con una bandada de humanos que venían huyendo de algo que sucedió en la plaza.  ¡Si no me lanzo al hoyo, me aplastan como tortilla! Ahora no puedo salir y tengo tanto frío. – les respondió gimiendo.

Don Eustaquio y Rita lo ayudaron a salir, lo abrigaron y pasado el susto, lo acompañaron hasta su casa.    

-          Papá y mamá deben estar muy preocupados por mí.

Llegaron hasta un garaje de chatarra, allí en el muro, habían cavado su cueva. Mamá Ratón salió a recibirlos:

-          Hijo, ¿Por qué tardaste tanto? Tu padre se estaba poniendo el saco para salir a buscarte.

– José, nuestro hijo está aquí,   Chu, regresó. -  Avisó entonces mamá Ratón, hacia el interior de la casa y papá Ratón también salió a recibirlos, traía un bastón para caminar y un abrigo de lana.

-          ¡Bienvenidos! – les dijo a todos.

Luego de las explicaciones de rigor y de reír un poco por la locura navideña humana, los padres de Chu invitaron a Rita y Don Eustaquio a cenar con ellos, compartieron el ponche crema y los panecillos de jamón y pasas; un rato más tarde llegó una Chicharra con su amigo Coco de lluvia y se echaron a cada lado de papa y mamá Ratón.   

Un coro de grillos deleitó la noche con melodía de violines y la luna de los enamorados se posó en el inmenso cielo, vistió a todos con luz plata.  Aquello parecía un nacimiento viviente.  ¡Era un nacimiento!

-          ¿Está viendo lo mismo que yo, Eustaquio? ¡Son Jesús, María y José! – Dijo Rita, con el corazón tibio en su cuerpo de sangre fría.
 
-          Si, son ellos Rita, se ha cumplido su deseo. – La sonrisa de Don Eustaquio no le cabía en la cara.

Chu les guiño el ojo y les susurró:

-          ¡Será nuestro secreto!   

Rita y don Eustaquio regresaron juntos a la fuente en forma de escarabajo,  con una alegría tan grande que les duró toda la vida.     

Feliz Navidad.


Fin. 

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