jueves, 7 de mayo de 2015

“Electric Cowboy” Escrito por Abigail Truchsess.

“Electric Cowboy”

Escrito por Abigail Truchsess


─Este país es de gente muy organizada, fíjese bien cómo siguen las reglas, como siguen las normas, todos bailan igual, siguen el mismo paso y muy pocos se equivocan.  Han venido muchas veces, el mismo día a la misma hora, hasta aprenderse de memoria la coreografía y bailarla con sus coterráneos en la pista.  ¡Por eso es que me gusta tanto este país, aquí todo está en orden!

La conversación se daba frente a una pista de baile, en un local llamado “Electric Cowboy”, en la ciudad de Saint Louis, yo me encontraba incómoda, totalmente fuera de lugar, tratando de unirme infructuosamente a un grupo de norteamericanos que bailaban al unísono, como cadetes de la naval en un desfile de Los Próceres.

─ ¿Usted ha visto algo más desordenado que un colombiano bailando cumbia? Eso no se puede creer, la meneadera pa´lla y pa´ cá.   ¡Aquello es un desastre, como el tercer mundo!

El interlocutor era colombiano y estaba hablando de sus compatriotas.  Dos días antes había celebrado en su casa el día de la Independencia de su país y una de sus amigas no sabía si la independencia era de España o de Venezuela… Cargaba puesta una bandana con los colores de la bandera y buscaba en Wikipedia, en su celular de última generación, el origen de la tradición. 

─ ¡Cierre la boca que la está poniendo, mijita!   Lo de Venezuela vino después.  

Saint Louis fue fundada por franceses, tomada por los españoles y recuperada de nuevo por los franceses. En 1803, Thomas Jefferson la adquiere para los Estados Unidos y los norteamericanos aprovecharon las rutas que habían abierto los españoles para iniciar desde ahí la exploración al oeste; es por eso que también se le llama “La Puerta del Oeste” y su símbolo es un orgulloso arco de 192 metros de altura. 

Su población actual se estima en 318 mil 416 habitantes, de los cuales entre el 1 y el 3.5 por ciento son latinos y es según la revista Forbes, la décima ciudad más recomendada para inmigrar.

Desde el año pasado ha sido noticia por la muerte de Michael Brown, un joven de raza negra de 18 años, a manos de Darren Wilson, un oficial de policía de raza blanca y aún no se determina si fue o no, intencional.  Y mientras en un condado hay protestas en contra de la discriminación racial, el equipo St.Louis Cardinals lleva 5 partidos ganados, el equipo de hockey, The St. Louis Blues, están en los playoff jugando contra Minnesota; el gobierno estatal está negociando con la NFA la construcción de un nuevo estadio de fútbol americano… y Electric Cowboys sigue abriendo sus puertas de miércoles a domingo, de 7 a 1:30 am. 

A la entrada del local está parado un vaquero muy alto, de sombrero negro, que te indica por donde debes pasar para pagar. El precio incluye una clase de baile “country” y un trago.  

Cuando al fin pude entrar a la pista compruebo, no sin asombro, que los pasos son los mismos que he aprendido en Caracas en las fiestas de mi familia, “el pasito tuntún” de papá, el “relojito” a izquierda y derecha del danzón, los cruces típicos de la salsa con algún que otro salto, punta y tacón, pero a un ritmo ajeno a mi condicionamiento óseo. 

Una vez aprendida la lección, suena la música, todos bailan, incluso los latinos y al finalizar, vuelven al banquillo de los mirones, porque la siguiente canción tiene otra coreografía y no hay más clases sino hasta la semana entrante.

Hay un intento de uno de los colombianos de bailar a su aire, invita a una norteamericana:

─Lo siento, ─le responde en inglés.─ no bailo hasta que me emborrache.


Y el vaquero de la entrada, aparece ahora semi-desnudo, un short de cuero negro, botas negras y el torso y la espalda tatuada. Reparte cócteles en tubos de ensayo, que dan miedo… 

─Se acabó la hora familiar─ anuncia el colombiano ─ en un ratico las gringas empezarán a quitarse la camisa y a bailar a teta suelta.

Todos salimos.

La nostalgia asomó una espina, ¿Qué ha sido de aquellos bailes a orilla de playa? ¿Choroni, Margarita, Cartagena…? ¿De los toques de tambor en el que todos entran, se empujan, ríen, beben, comparten unos con más o menos gracia, porque a nadie le importa la perfección? ¿Qué ha dejado atrás el inmigrante?  



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viernes, 1 de mayo de 2015

Excursión a “Tierra de Jugo”

Escrito por Abigail Truchsess

Una mujer de cara triste permanece echada sobre un banco, sus brazos apenas dan sostén a su cabeza; una gasa muy fina cae sobre ella, no alcanza a cubrir ni su espalda ni sus piernas, marca los huesos de la columna vertebral y el nacimiento de la curva de las caderas.  Desnudos los pies… su nombre es “Dolor” y es una de las esculturas que hiciera por encargo el caraqueño Lorenzo González en 1909 para el pabellón de la familia Vollmer. 

Alma”, es un desnudo femenino de dos metros de altura, esculpida en París en 1912 por Andrés Pérez Mujica, su esposa, Tatiana Ciedlowky fue la inspiración y que la figura semejaba a una llama blanca e inquieta al son de los rayos del sol en el pabellón de la familia Franklin Planchart.  Hace siete años intentaron abrir una de las fosas y la tumbaron de su pedestal.

Estás piezas usted las puede ubicar en el área plana del Cementerio General del Sur, al cruzar el portón de la entrada, después de una hermosa fuente rodeada de lirios acuáticos y una escultura abstracta, encontrará un camino de pavimento levantado por las raíces de árboles viejos y enfermos de tiña, embarrullado con latas de cerveza y botellas de ron abandonadas en los matorrales; restos de cera de velas, restos de cadenas de bronce, restos de lápidas ennegrecidas y urnas profanadas en las que ya no hay restos humanos.
Pase el estupor y tómelo, que bien vale la pena el recorrido.

Un total de 118 esculturas y monumentos componen el patrimonio artístico del Cementerio General del Sur, cantidad incierta en la actualidad ya que el único inventario que se hizo fue en 1982 a solicitud del Ayuntamiento.  Los responsables fueron los artistas plásticos Francisco Da Antonio y Doménico Casasanta.


Si usted es de aquellos que disfruta de visitas especializadas en arte, le recomiendo pasar antes por el Museo de Arte Contemporáneo y pregunte por el catálogo de fotografía de esculturas y monumentos del camposanto, editado en honor a Francisco Narváez; también puede ir a la Biblioteca Nacional, es difícil asegurar si todavía existe un ejemplar, pero si lo acompaña la buena fortuna y lo encuentra, le será de mucha orientación en su paseo.

Existe una forma más práctica y es solicitando la colaboración de un guía entre los trabajadores del “Sindicato de enterradores, jardineros y limpiadores de tumbas”. Puede hallarlos en su sede, discutiendo los mismos problemas sin resolver de la cuarta república, como ánimas en un solo plano cíclico de espacio y tiempo, sin memoria. Cualquiera de ellos le será de mucha utilidad y le animará el trayecto con anécdotas de asaltos, asesinatos, viudas que amanecen degolladas sobre las tumbas de sus maridos difuntos, novios celosos que después de matar a sus amantes se suicidan delante de los dolientes y de las bandas de profanadores de tumbas que han desmantelado los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana.

También puede hacerlo como cualquier ciudadano de a pie, e ir preguntando a otros caminantes por la vía hacia los panteones más llamativos, aunque no todos están dispuestos a la charla.   Los más afanados suelen ser los vecinos de los gigantescos barrios que han crecido a su alrededor y que lo usan de atajo para llegar a sus casas de bloque y techo de zinc; madres llevando a sus niños al colegio, abuelas con bolsas de mercados, hombres cargando bombonas de gas…  Los más amables son los que van en busca de milagros, el mundo mágico-religioso es quizás el más vivo en el cementerio.  

Aunque los restos de José Gregorio Hernández ya no están ahí, sus devotos siguen visitándolo para pedirle favores, también al protector Ismael de “La Corte Malandra”, a la Iluminada de Sarria, al profesor Lino Valles, al carpintero Victorino Ponce y a María Francia, que es de las tumbas más visitadas.

─Yo estaba a punto de graduarme de bachiller en administración, cuando me rasparon en matemática. No sé si era manía del profesor, pero el asunto era que por más que estudiaba, me raspaban. Le recé a María Francia y le prometí que si pasaba el examen final le traería una plaquita y flores todos los meses. ─ contó una de sus devotas.

─ ¿Y usted también siempre le viene a rezar?

─Ah pues, si me casé fue por ella. ¡Mi novio era un guabinoso!

El día en que Antonio Guzmán Blanco decidió abrir el Cementerio General del Sur, un 5 de julio de 1876, lo hizo con gran pompa, sacó la Banda Militar a las calles y una caravana de treinta carruajes transportó a los notables de la época desde la casa presidencial al sur del valle, hasta los terrenos de “Tierra de Jugo”.

 En 1982 fue declarado Monumento Histórico Nacional; este año cumplirá 139 años y solo se ha restaurado la fachada.

No hay peor muerte que el olvido, el olvido es la ventaja de los malos gobiernos pero muy a su pesar. Nada dice tanto de la historia y la ideología de un país que una necrópolis, aún en la desidia.