“Electric
Cowboy”
Escrito
por Abigail Truchsess
─Este
país es de gente muy organizada, fíjese bien cómo siguen las reglas, como
siguen las normas, todos bailan igual, siguen el mismo paso y muy pocos se
equivocan. Han venido muchas veces, el
mismo día a la misma hora, hasta aprenderse de memoria la coreografía y
bailarla con sus coterráneos en la pista.
¡Por eso es que me gusta tanto este país, aquí todo está en orden!
La
conversación se daba frente a una pista de baile, en un local llamado “Electric Cowboy”, en la ciudad de Saint
Louis, yo me encontraba incómoda, totalmente fuera de lugar, tratando de unirme
infructuosamente a un grupo de norteamericanos que bailaban al unísono, como cadetes
de la naval en un desfile de Los Próceres.
─
¿Usted ha visto algo más desordenado que un colombiano bailando cumbia? Eso no
se puede creer, la meneadera pa´lla y pa´
cá. ¡Aquello es un desastre, como el tercer mundo!
El
interlocutor era colombiano y estaba hablando de sus compatriotas. Dos días antes había celebrado en su casa el
día de la Independencia de su país y una de sus amigas no sabía si la
independencia era de España o de Venezuela… Cargaba puesta una bandana con los
colores de la bandera y buscaba en Wikipedia, en su celular de última
generación, el origen de la tradición.
─ ¡Cierre
la boca que la está poniendo, mijita! Lo de Venezuela vino después.
Saint
Louis fue fundada por franceses, tomada por los españoles y recuperada de nuevo
por los franceses. En 1803, Thomas Jefferson la adquiere para los Estados
Unidos y los norteamericanos aprovecharon las rutas que habían abierto los españoles
para iniciar desde ahí la exploración al oeste; es por eso que también se le
llama “La Puerta del Oeste” y su símbolo es un orgulloso arco de 192 metros de
altura.
Su
población actual se estima en 318 mil 416 habitantes, de los cuales entre el 1
y el 3.5 por ciento son latinos y es según la revista Forbes, la décima ciudad
más recomendada para inmigrar.
Desde
el año pasado ha sido noticia por la muerte de Michael Brown, un joven de raza
negra de 18 años, a manos de Darren Wilson, un oficial de policía de raza
blanca y aún no se determina si fue o no, intencional. Y mientras en un condado hay protestas en
contra de la discriminación racial, el equipo St.Louis Cardinals lleva 5 partidos ganados, el equipo de hockey, The St. Louis Blues, están en los playoff
jugando contra Minnesota; el gobierno estatal está negociando con la NFA la
construcción de un nuevo estadio de fútbol americano… y Electric Cowboys sigue abriendo sus puertas de miércoles a domingo,
de 7 a 1:30 am.
A la
entrada del local está parado un vaquero muy alto, de sombrero negro, que te
indica por donde debes pasar para pagar. El precio incluye una clase de baile “country” y un trago.
Cuando
al fin pude entrar a la pista compruebo, no sin asombro, que los pasos son los
mismos que he aprendido en Caracas en las fiestas de mi familia, “el pasito
tuntún” de papá, el “relojito” a izquierda y derecha del danzón, los cruces
típicos de la salsa con algún que otro salto, punta y tacón, pero a un ritmo
ajeno a mi condicionamiento óseo.
Una
vez aprendida la lección, suena la música, todos bailan, incluso los latinos y
al finalizar, vuelven al banquillo de los mirones, porque la siguiente canción
tiene otra coreografía y no hay más clases sino hasta la semana entrante.
Hay un
intento de uno de los colombianos de bailar a su aire, invita a una
norteamericana:
─Lo
siento, ─le responde en inglés.─ no bailo hasta que me emborrache.
Y el
vaquero de la entrada, aparece ahora semi-desnudo, un short de cuero negro,
botas negras y el torso y la espalda tatuada. Reparte cócteles en tubos de
ensayo, que dan miedo…
─Se
acabó la hora familiar─ anuncia el colombiano ─ en un ratico las gringas
empezarán a quitarse la camisa y a bailar a teta suelta.
Todos salimos.
La
nostalgia asomó una espina, ¿Qué ha sido de aquellos bailes a orilla de playa? ¿Choroni,
Margarita, Cartagena…? ¿De los toques de tambor en el que todos entran, se
empujan, ríen, beben, comparten unos con más o menos gracia, porque a nadie le
importa la perfección? ¿Qué ha dejado atrás el inmigrante?
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