Excursión a “Tierra de Jugo”
Escrito por Abigail Truchsess
Una
mujer de cara triste permanece echada sobre un banco, sus brazos apenas dan sostén
a su cabeza; una gasa muy fina cae sobre ella, no alcanza a cubrir ni su
espalda ni sus piernas, marca los huesos de la columna vertebral y el
nacimiento de la curva de las caderas. Desnudos
los pies… su nombre es “Dolor” y es
una de las esculturas que hiciera por encargo el caraqueño Lorenzo González en
1909 para el pabellón de la familia Vollmer.
Estás
piezas usted las puede ubicar en el área plana del Cementerio General del Sur,
al cruzar el portón de la entrada, después de una hermosa fuente rodeada de
lirios acuáticos y una escultura abstracta, encontrará un camino de pavimento
levantado por las raíces de árboles viejos y enfermos de tiña, embarrullado con
latas de cerveza y botellas de ron abandonadas en los matorrales; restos de
cera de velas, restos de cadenas de bronce, restos de lápidas ennegrecidas y
urnas profanadas en las que ya no hay restos humanos.
Pase
el estupor y tómelo, que bien vale la pena el recorrido.
Un
total de 118 esculturas y monumentos componen el patrimonio artístico del
Cementerio General del Sur, cantidad incierta en la actualidad ya que el único
inventario que se hizo fue en 1982 a solicitud del Ayuntamiento. Los responsables fueron los artistas
plásticos Francisco Da Antonio y Doménico Casasanta.
Si usted
es de aquellos que disfruta de visitas especializadas en arte, le recomiendo
pasar antes por el Museo de Arte Contemporáneo y pregunte por el catálogo de
fotografía de esculturas y monumentos del camposanto, editado en honor a
Francisco Narváez; también puede ir a la Biblioteca Nacional, es difícil
asegurar si todavía existe un ejemplar, pero si lo acompaña la buena fortuna y
lo encuentra, le será de mucha orientación en su paseo.
Existe
una forma más práctica y es solicitando la colaboración de un guía entre los trabajadores
del “Sindicato de enterradores, jardineros y limpiadores de tumbas”. Puede hallarlos
en su sede, discutiendo los mismos problemas sin resolver de la cuarta
república, como ánimas en un solo plano cíclico de espacio y tiempo, sin memoria.
Cualquiera de ellos le será de mucha utilidad y le animará el trayecto con
anécdotas de asaltos, asesinatos, viudas que amanecen degolladas sobre las
tumbas de sus maridos difuntos, novios celosos que después de matar a sus
amantes se suicidan delante de los dolientes y de las bandas de profanadores de
tumbas que han desmantelado los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana.
También
puede hacerlo como cualquier ciudadano de a pie, e ir preguntando a otros
caminantes por la vía hacia los panteones más llamativos, aunque no todos están
dispuestos a la charla. Los más afanados suelen ser los vecinos de los
gigantescos barrios que han crecido a su alrededor y que lo usan de atajo para
llegar a sus casas de bloque y techo de zinc; madres llevando a sus niños al
colegio, abuelas con bolsas de mercados, hombres cargando bombonas de gas… Los más amables son los que van en busca de
milagros, el mundo mágico-religioso es quizás el más vivo en el cementerio.
Aunque
los restos de José Gregorio Hernández ya no están ahí, sus devotos siguen
visitándolo para pedirle favores, también al protector Ismael de “La Corte
Malandra”, a la Iluminada de Sarria, al profesor Lino Valles, al carpintero
Victorino Ponce y a María Francia, que es de las tumbas más visitadas.
─Yo
estaba a punto de graduarme de bachiller en administración, cuando me rasparon
en matemática. No sé si era manía del profesor, pero el asunto era que por más
que estudiaba, me raspaban. Le recé a María Francia y le prometí que si pasaba
el examen final le traería una plaquita y flores todos los meses. ─ contó una
de sus devotas.
─ ¿Y
usted también siempre le viene a rezar?
─Ah
pues, si me casé fue por ella. ¡Mi novio era un guabinoso!
El día
en que Antonio Guzmán Blanco decidió abrir el Cementerio General del Sur, un 5
de julio de 1876, lo hizo con gran pompa, sacó la Banda Militar a las calles y una
caravana de treinta carruajes transportó a los notables de la época desde la
casa presidencial al sur del valle, hasta los terrenos de “Tierra de Jugo”.
En 1982 fue declarado Monumento Histórico
Nacional; este año cumplirá 139 años y solo se ha restaurado la fachada.
No hay
peor muerte que el olvido, el olvido es la ventaja de los malos gobiernos pero muy
a su pesar. Nada dice tanto de la historia y la ideología de un país que una
necrópolis, aún en la desidia.
Muy interesante. Los toques de misterio, histórica y humor me encantan, tía.
ResponderBorrarExcelente ! me encantó y me cautivó la narrativa!!!
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