domingo, 22 de noviembre de 2015

LEDESMA escrito por Abigail Truchsess

LEDESMA

Escrito por Abigail Truchsess

Dedicado a los luchadores de causas perdidas.

El 28 de mayo de 1595 los vecinos de Santiago de León de los Caracas fueron sorprendidos por una doble ráfaga de balas de mosquete, descargadas desde la explanada de Cotiza. Con ojos agrandados por el espanto, vieron además cómo se alzaba una bandera que tenía dibujado en su centro un jabalí sobre un campo colorado.  Era la insignia del corsario inglés Amyas Preston.


 ¿Cómo llegó hasta ahí?  Se preguntaban ¿Era acaso una pesadilla?

  El día anterior, Preston había desembarcado en el Puerto de la Guaira con un contingente de quinientos hombres habituados a robar y matar. La mala nueva corrió en boca de un par de indios asustados que logró escapar del ataque, atravesaron la montaña y le dieron aviso al capitán Garci González de Silva. 



De inmediato, González de Silva mandó a hacer sonar las campanas de la Iglesia e hizo un llamado a todos los varones mayores de catorce años, capaces de empuñar un arma para defender la ciudad. En la madrugada, un ejército de trecientos cincuenta soldados entre los que se contaban indios y negros esclavos, tomó el camino de los Castillitos hacia el Fuerte en la Guaira, confiados en la geografía de la montaña para preparar una emboscada.

Tarde fue cuando se enteraron de la traición, nunca imaginaron que un mal español llamado Tomás de Villapando, había guiado al inglés por el antiguo camino de los indios.  

─ Mire bien, empieza ahí mismo─ le dijo mascando una hoja de tabaco que luego escupió, apuntando con su índice la montaña─, ahí donde nace el rio, sube por el picacho de Galipán y le entra a la ciudad por el norte. Mis paisanos lo mandaron a tapiar para controlar la entrada pero si su merced acepta, yo lo guió

Un grumete le traducía a Preston que escuchaba la propuesta midiendo cada palabra.

─ ¿Qué quiere a cambio?─mandó a preguntar. 
─Que los mate a toditos. ─Respondió el hombre con saña.

Villapando tenía una deuda pendiente con los vecinos de Caracas que lo habían condenado a vivir entre salvajes, fuera de todo pueblo cristiano, por su afición a la astrología y la cura con yerbas.   En las barajas, que también leía, había visto la figura de la muerte junto a la rueda de la fortuna y todo parecía indicar que si se la jugaba bien, podría cobrarles a esos mojigatos su condena. Así condujo a Preston y sus forajidos hasta el lugar donde ahora el inglés contemplaba una ciudad desguarnecida.   

─Es una moza virgen a sus pies. ─Le dijo el brujo al corsario, avivando su codicia.

Mientras las aterrorizadas almas reunían agua, harina, quesos y carne salada para huir al monte, Alonso Andrea de Ledesma se decidió por buscar su armadura de hierros y aceros.

─No pierda el tiempo en tonterías─ le reclamaba Catalina, su esposa─, ¿a quién le importa un cachivache viejo?

Ledesma había perdido la cuenta de los muchos años que tenía viviendo en Santiago de León de los Caracas. Siendo apenas un mozuelo, con el ánimo de los valientes, se embarcó en la aventura de la conquista de América y acompañó a Don Diego de Losada en la fundación de la ciudad.

─Vamos papá, deje eso. Salgamos pronto de aquí. ─Le insistía su hija mayor, Francisca.
─Esos bandidos no tienen piedad. Si nos encuentran nos matan. ─Le lloraba la menor, Josefa.

Porfiado en su quehacer, Ledesma no escuchaba a las mujeres, se daba golpes en el coco, tratando de recordar dónde era que había guardado la armadura y a su mente llegaban los mandamientos de un cantar de gesta: “Honrar a la Iglesia, defender a los débiles, amar el país en que naciste”.
Era natural de Zamora, un pueblo español que lindaba con Portugal, pero fue en el continente descubierto por Colón que aprendió a bregar y en la ciudad de Santiago de León donde sentó familia.  

─Es mi deber proteger la ciudad─. Les respondió a las tres y salió hacia el establo para seguir buscando.  
Ahí estaba, envuelta en trapos y comida por el óxido. A los pocos días de arribar al Nuevo Mundo, en sus penosas marchas por cordilleras, selvas, playas y pantanos, con las armas al lomo; bajo un sol impetuoso o lluvias torrenciales, la dificultad para moverse le convencieron de lo ridículo que era aquel armatoste en esta geografía y quedó en “escaupil”.
El “escaupil” no era menos ridículo, tampoco era una prenda indecorosa, pero sí muy vulgar. Iba del cuello a las rodillas, como un vestidote hecho de cuero y grueso algodón; sin los pulidos hierros de la armadura, el flamante guerrero lucía rechoncho. 
¡A Dios gracias no hubo pintor que los delatara!
Les servía para protegerse de las flechas envenenadas con cicuta y como colchón para dormir en suelo de piedra.  Su única desventaja era el calor que los abrasaba o el agua de lluvia que absorbía como esponja.
Vamos a estar claros, aquí el enemigo no eran dragones, sino el clima y las bandadas de mosquitos, las sanguijuelas que podían dejar a un mortal sin pie o las hormigas que al picar, le obligaban a renegar de Dios y la madre que lo parió…
Más aquel día, no era el caso, Preston era un infiel, un enemigo del Rey y no podía presentarse trajeado como un cualquiera, debía acomodar con prontitud su armadura. Le sacudió el polvo y trozos de acero, cuero y algodón cayeron al suelo.   Catalina se asomó a la puerta del establo como un pájaro de mal agüero.

─ Su armadura de caballero huele a huevos podridos─ Le dijo.
─ Es por la humedad.

Ella conocía muy bien a su marido, sabía que nada lo haría cambiar de opinión, con el corazón oprimido, se quitó la mantilla con la que cubría sus cabellos, se acercó hasta él y envolvió los hombros y el pecho de Alonso.  También lo ayudó a colocarle el peto, los brazales, las manoplas…

─Siento que lo estoy vistiendo para su funeral.
─Váyase en paz mujer y cuide de nuestras hijas. Cáselas bien y nunca descuide la fe.

Él le dio un beso en la frente antes de ir por el casco y sus armas.  Ella vio un resplandor en los ojos de su marido, esa mirada de muchacho eterno que la había enamorado y se despidió de él con una bendición, no pudo decirle adiós.
 Alonso ensilló su viejo caballo, tan flaco y desgarbado por la edad como él mismo y salió al trote en dirección a la Plaza. Cuando llegó, lo único que escuchaba eran los cascos de su caballo, el silencio se había apropiado del valle y tras una pausa de larguísimos segundos, comenzaron a retumbar las zancadas de los bárbaros, sus gruñidos, aullidos y disparos al aire.
 Ledesma levantó su lanza y los espero, en su mente volvían a reverberar aquellos mandamientos de gesta: “lucharas contra los infieles, te mantendrás firme ante el enemigo...”
Amyas Preston iba a la cabecera, montado sobre un caballo robado al que azotaba con furia, al ver a Ledesma se detuvo en seco, su caballo se encabritó, casi lo tira al suelo… por un momento Preston creyó ver a un fantasma o un ser sobrenatural y dio la voz de alto a sus hombres.  Villapando iba junto a él. .

Ledesma se presentó.

─ Escuchadme bien, perro del mar.  Soy Alonso Andrea de Ledesma, súbdito de Felipe II, Rey de Castilla y cofundador de Santiago de León de los Caracas.   Hoy encuentras mi ciudad desguarnecida por obra del felón que cabalga a tu lado, pero no habrás de conquistarla sin antes enfrentarte a mis hierros. 

Preston mandó a llamar al traductor que tuvo que explicarle una y otra vez la declaración de Ledesma, al corsario le parecía increíble que un solo hombre lo desafiara, él había crecido escuchando las proezas del Rey Arturo y fue cómo hallar a un héroe perdido en el tiempo.

─ ¡Peleen cobardes!─les gritaba Ledesma. Mientras los azuzaba, golpeaba y acosaba con su lanza. ─ ¡Peleen!

El capitán inglés honró a su oponente, peleando. 

El primer disparo de mosquete le dio en la pierna y el segundo en un brazo, las balas atravesaron el acero quebrado por el óxido.   Ledesma, heredero de corazón fiero, se mantuvo firme sobre su caballo, clavó las espuelas y lanza en ristre, arremetió contra el enemigo.  
No logró alcanzarlo, recibió cuatro disparos más, el último en el pecho lo tumbó al suelo.

Preston de nuevo dio la voz de alto, ahora era él quien se abría paso en el espeso silencio, caminó hacia el cuerpo del valiente, le quitó la visera y sintió una gran vergüenza al mirar las arrugas de su piel.  
Ledesma contaba setenta y cuatro años cuando se enfrentó al corsario.   
Villpanado también se acercó y soltó una risotada:

─Viejo pendejo─ dijo entre dientes.


Preston le cerró los ojos a Ledesma y miró con desprecio al bocón.  Dio una nueva orden a sus hombres que se lo llevaron a empujones a la montaña, ahí dejaron su cuerpo colgado de un árbol para festín de las aves de rapiña, la carta del diablo cayó de su bolsillo.
Don Alonso Andrea de Ledesma fue enterrado en la Plaza Mayor, a lo lejos, escondidas junto a un grupo de vecinos asustados, su esposa y sus dos hijas escucharon las detonaciones de cañón que hicieran en su honor.   
Durante seis días, el perro de Isabel I de Inglaterra, saqueó la ciudad de Santiago de León de los Caracas, apenas encontró algo de vino y sal.  Un emisario español llegó para negociar y él les exigió un tributo de quema de treinta mil ducados, los españoles le ofrecieron tres mil lo cual resultó ofensivo a Preston, que temiendo alguna emboscada de un ejército aliado, incendió la ciudad.
Zarpo desde Macuto, al anochecer, rumbo a Coro.
 Bajo el manto de estrellas hizo un último tributo a Ledesma y curiosamente, recordó el último mandamiento de un antiguo cantar de gestas: “En todo momento y lugar defenderás la Justicia y el Bien”.

Preston también tenía un código de honor. 

lunes, 19 de octubre de 2015

La linterna de Jack, versión escrita por Abigail Truchsess.


LA LINTERNA DE JACK

Escrito por Abigail Truchsess

Ilustración de Skot Olsen.
Hacía mucho tiempo que los hijos de Danú, diosa de la estirpe divina de Irlanda, vivían ocultos de los humanos, escondidos bajo la superficie de los campos, en el nacimiento de los ríos, en el alma de las piedras y el corazón de los árboles. Eran los espíritus de la naturaleza que solo podían dejarse ver durante la primera luna llena de octubre, en la celebración de Samhain, conocida hoy en día como la fiesta de la cosecha o Halloween.   

Los familiares difuntos participaban de esta fiesta y sus amados vivos los recibían con banquetes en su honor…  Jack, embaucador de oficio y bebedor a tiempo completo, aprovechaba la ocasión para ir de puerta en puerta a saludar supuestos parientes, haciéndose pasar por muerto a pesar de estar muy vivo.

─ ¡Salud hijo!  Vengo de la fría tumba a festejar con vosotros. Soy el abuelo de tu abuelo, muerto en la guerra del mil y tantos.

De casa en casa iba llenando el buche, como el tío infartado del primo aquel o el hermano mayor desaparecido durante la inundación; hasta que llegaban los verdaderos espíritus de los abuelos, tíos del primo y hermanos desaparecidos, que lo sacaban a patadas. 

Una noche en la que sólo había recibido baldes de agua hirviendo y portazos, entró a un bar con el estómago estragado y la boca pastosa, gritando a todo pulmón:

─ ¡Vendería mi alma al diablo por un trago!
 
El diablo, que también tenía la noche franca, le respondió desde el rincón del bar donde se había sentado a beber una cerveza:

                        ─ Se conforma con poco compañero.
─Soy un hombre humilde. ─Le respondió Jack.
─ Quizás yo pueda ayudarlo a cumplir su deseo.

Jack que no tenía idea de con quien hablaba y tampoco le importaba, pensó:

─Al fin, el primer zoquete de la noche.

En dos brincos rodó una silla y se sentó junto a él.

─ Estoy quebrado, amigo. La buena fortuna no me ha querido nunca. Si usted me hiciera la caridad de darme una moneda para pagar un trago, se lo agradecería en la otra vida, porque en esta no puedo pagarle ni un centavo.
─ ¡Trato hecho!─Respondió el diablo.─ Usted acaba de venderme el alma.
─ ¡No me diga que es usted el diablo!

Por respuesta, el diablo se transformó ante sus ojos en una moneda de plata con la que Jack, ni tonto ni perezoso, fue hasta la barra y con golpe de ganador la colocó frente al cantinero.


─ ¡Una botella de whiskey!

 En cuanto el cantinero se dio la vuelta para servirle, Jack, con sus dedos hábiles, tomó de nuevo la moneda y se la guardó en el bolsillo, recibió su botella y salió corriendo a esconderse en el cementerio, donde bebió a sus anchas. 

A la mañana siguiente sintió que algo le pateaba en la cabeza y en el bolsillo. En la cabeza la resaca, en el bolsillo el diablo que no podía salir de ahí.

            ─ ¿Usted por qué molesta tan temprano?
─ ¡Sáqueme de aquí!─ Lo apremió el diablo.
─ ¿Qué? ¿No puede hacerlo usted mismo?

No, no podía, Jack cargaba puestos los pantalones del cura del pueblo, se los había robado días antes y por esa razón guardaba en su bolsillo una cruz bendita que le impedía al diablo transformarse de nuevo en diablo.

─ ¡Qué cara más chata!─Jack se burlaba.
─ ¡Qué me saque de aquí!─Insistía el diablo.
─No me hable golpeado.  
─Que me saque, le digo.
─Que no y que no, usted a mí no me da órdenes.

Hasta que al fin llegaron a un trato:
 
─Lo saco de ahí si usted jura no venir por mi alma en veinte años.

Y comenzó el regateo:

─ ¡Que sean cinco!  
─ ¡Yo digo quince!   
Se tranzaron por diez años, en los que Jack continuó vagabundeando, estafando, bebiendo y comiendo de pueblo en pueblo, a costa de los demás.  

Cuando se cumplió el plazo, el diablo se le apareció de nuevo bajo la primera luna llena de octubre, en un campo de nabos.

─Vengo por su alma.

Al principio Jack se hizo el sorprendido.

─ ¿De verdad han pasado diez años? Qué rápido pasa el tiempo.

El diablo no estaba para bromas, ya había esperado bastante.

─Nos vamos.
─ Ay diablo, esta noche no puedo y no por falta de voluntad sino de fuerza. Las piernas me tiemblan, llevo semanas sin meterle al buche ni un grano de cebada podrida.  Vine a este campo a mendigar algún sobrante y no hay más que tres manzanas en aquel árbol.

 El diablo, severo, impaciente, de brazos cruzados, miró las tres manzanas, estaban en lo más alto del árbol.  Jack continuaba con su ayayay.

─Quizás… si usted me hiciera la caridad de alcanzarlas yo me las comería y así podría acompañarlo hasta su morada.  Es el último deseo de un moribundo, lo último que probaré en vida.    Sé que la caridad no es asunto del diablo, pero sí lo es cobrar una deuda. De ninguna otra manera podría usted hacerme caminar hasta el infierno.

El diablo se trepó al árbol y subió hasta la punta; mientras tanto, Jack, siempre hábil de manos, talló con una piedra afilada una cruz en la corteza.  El diablo le lanzó las tres manzanas y cuando se fue a bajar, no pudo pisar tierra.

─ ¿Qué ha hecho?  ¿Por qué no puedo bajar?
─ Ahí está la cruz que se lo impide y ahí se va a quedar hasta que no prometa que nunca, nunca pero nunca, volverá a pedirme el alma. 

El diablo lo prometió de mala gana y Jack vivió unos cuantos años más, hasta que la bebida y la mala comida destrozaron su hígado y el espíritu de Jack ascendió a la casa del Altísimo que no le abrió la puerta, por más que tocó y tocó.  No tenía ni un solo mérito para entrar al cielo.

Ya no sentía ni hambre ni sed y de puro rencor arrancó un nabo de un huerto que había cerca de las puertas del cielo, mordisqueó la parte blanda y se lo guardó en el saco.
  
Comenzó a descender al infierno, a paso lento en medio de una espesa oscuridad; a veces el camino era resbaladizo, otras era como de escalones dispares y piedras que craqueaban bajo sus pies. Cada vez veía menos, el viento susurraba palabras necias en sus oídos; al fin chocó contra algo que parecía ser una puerta y tocó.

─Diablo ¿está ahí?  Soy yo Jack.  Vine a entregarle mi alma.

            El diablo apareció y lo reconoció.
 
─ ¿Desea usted entrar al infierno?
─ Si, lo pensé mejor y ya es tiempo. Quiero pagar mi deuda.
─Imposible, prometí que nunca más volvería a reclamar su alma y cumpliré mi palabra.
─ No sea rencoroso diablo, si usted no me acepta, ¿a dónde iré?
─ Devuélvase por donde vino.
─Ese camino es muy oscuro.

El diablo en son de burla, le lanzó un carbón encendido con fuego eterno del infierno y le cerró la puerta en las narices. Con la luz del carbón Jack descubrió aterrorizado lo que antes no había visto: Las escaleras por las que bajó estaban hechas con dientes de hombres rabiosos; el camino resbaladizo, con las lenguas de los mal hablados; las piedras con los cráneos de los envidiosos y el viento salía del aliento de los pedantes.

  Jack, con sus manos temblando, sacó el nabo que guardaba en su chaqueta y colocó en la parte hueca el carbón de luz, improvisando una linterna; así comenzó a penar sin rumbo por los caminos del mundo, buscando un lugar donde descansar que aún no encuentra.

La leyenda de Jack dio origen a la costumbre de tallar nabos con su cara para ahuyentar al diablo en la noche de Samhain; la tradición llegó a los Estados Unidos con los inmigrantes irlandeses que al no encontrar plantaciones de nabos, los cambiaron por calabazas.
  

Fin.

jueves, 7 de mayo de 2015

“Electric Cowboy” Escrito por Abigail Truchsess.

“Electric Cowboy”

Escrito por Abigail Truchsess


─Este país es de gente muy organizada, fíjese bien cómo siguen las reglas, como siguen las normas, todos bailan igual, siguen el mismo paso y muy pocos se equivocan.  Han venido muchas veces, el mismo día a la misma hora, hasta aprenderse de memoria la coreografía y bailarla con sus coterráneos en la pista.  ¡Por eso es que me gusta tanto este país, aquí todo está en orden!

La conversación se daba frente a una pista de baile, en un local llamado “Electric Cowboy”, en la ciudad de Saint Louis, yo me encontraba incómoda, totalmente fuera de lugar, tratando de unirme infructuosamente a un grupo de norteamericanos que bailaban al unísono, como cadetes de la naval en un desfile de Los Próceres.

─ ¿Usted ha visto algo más desordenado que un colombiano bailando cumbia? Eso no se puede creer, la meneadera pa´lla y pa´ cá.   ¡Aquello es un desastre, como el tercer mundo!

El interlocutor era colombiano y estaba hablando de sus compatriotas.  Dos días antes había celebrado en su casa el día de la Independencia de su país y una de sus amigas no sabía si la independencia era de España o de Venezuela… Cargaba puesta una bandana con los colores de la bandera y buscaba en Wikipedia, en su celular de última generación, el origen de la tradición. 

─ ¡Cierre la boca que la está poniendo, mijita!   Lo de Venezuela vino después.  

Saint Louis fue fundada por franceses, tomada por los españoles y recuperada de nuevo por los franceses. En 1803, Thomas Jefferson la adquiere para los Estados Unidos y los norteamericanos aprovecharon las rutas que habían abierto los españoles para iniciar desde ahí la exploración al oeste; es por eso que también se le llama “La Puerta del Oeste” y su símbolo es un orgulloso arco de 192 metros de altura. 

Su población actual se estima en 318 mil 416 habitantes, de los cuales entre el 1 y el 3.5 por ciento son latinos y es según la revista Forbes, la décima ciudad más recomendada para inmigrar.

Desde el año pasado ha sido noticia por la muerte de Michael Brown, un joven de raza negra de 18 años, a manos de Darren Wilson, un oficial de policía de raza blanca y aún no se determina si fue o no, intencional.  Y mientras en un condado hay protestas en contra de la discriminación racial, el equipo St.Louis Cardinals lleva 5 partidos ganados, el equipo de hockey, The St. Louis Blues, están en los playoff jugando contra Minnesota; el gobierno estatal está negociando con la NFA la construcción de un nuevo estadio de fútbol americano… y Electric Cowboys sigue abriendo sus puertas de miércoles a domingo, de 7 a 1:30 am. 

A la entrada del local está parado un vaquero muy alto, de sombrero negro, que te indica por donde debes pasar para pagar. El precio incluye una clase de baile “country” y un trago.  

Cuando al fin pude entrar a la pista compruebo, no sin asombro, que los pasos son los mismos que he aprendido en Caracas en las fiestas de mi familia, “el pasito tuntún” de papá, el “relojito” a izquierda y derecha del danzón, los cruces típicos de la salsa con algún que otro salto, punta y tacón, pero a un ritmo ajeno a mi condicionamiento óseo. 

Una vez aprendida la lección, suena la música, todos bailan, incluso los latinos y al finalizar, vuelven al banquillo de los mirones, porque la siguiente canción tiene otra coreografía y no hay más clases sino hasta la semana entrante.

Hay un intento de uno de los colombianos de bailar a su aire, invita a una norteamericana:

─Lo siento, ─le responde en inglés.─ no bailo hasta que me emborrache.


Y el vaquero de la entrada, aparece ahora semi-desnudo, un short de cuero negro, botas negras y el torso y la espalda tatuada. Reparte cócteles en tubos de ensayo, que dan miedo… 

─Se acabó la hora familiar─ anuncia el colombiano ─ en un ratico las gringas empezarán a quitarse la camisa y a bailar a teta suelta.

Todos salimos.

La nostalgia asomó una espina, ¿Qué ha sido de aquellos bailes a orilla de playa? ¿Choroni, Margarita, Cartagena…? ¿De los toques de tambor en el que todos entran, se empujan, ríen, beben, comparten unos con más o menos gracia, porque a nadie le importa la perfección? ¿Qué ha dejado atrás el inmigrante?  



No hay respuesta en Wikipedia.  

viernes, 1 de mayo de 2015

Excursión a “Tierra de Jugo”

Escrito por Abigail Truchsess

Una mujer de cara triste permanece echada sobre un banco, sus brazos apenas dan sostén a su cabeza; una gasa muy fina cae sobre ella, no alcanza a cubrir ni su espalda ni sus piernas, marca los huesos de la columna vertebral y el nacimiento de la curva de las caderas.  Desnudos los pies… su nombre es “Dolor” y es una de las esculturas que hiciera por encargo el caraqueño Lorenzo González en 1909 para el pabellón de la familia Vollmer. 

Alma”, es un desnudo femenino de dos metros de altura, esculpida en París en 1912 por Andrés Pérez Mujica, su esposa, Tatiana Ciedlowky fue la inspiración y que la figura semejaba a una llama blanca e inquieta al son de los rayos del sol en el pabellón de la familia Franklin Planchart.  Hace siete años intentaron abrir una de las fosas y la tumbaron de su pedestal.

Estás piezas usted las puede ubicar en el área plana del Cementerio General del Sur, al cruzar el portón de la entrada, después de una hermosa fuente rodeada de lirios acuáticos y una escultura abstracta, encontrará un camino de pavimento levantado por las raíces de árboles viejos y enfermos de tiña, embarrullado con latas de cerveza y botellas de ron abandonadas en los matorrales; restos de cera de velas, restos de cadenas de bronce, restos de lápidas ennegrecidas y urnas profanadas en las que ya no hay restos humanos.
Pase el estupor y tómelo, que bien vale la pena el recorrido.

Un total de 118 esculturas y monumentos componen el patrimonio artístico del Cementerio General del Sur, cantidad incierta en la actualidad ya que el único inventario que se hizo fue en 1982 a solicitud del Ayuntamiento.  Los responsables fueron los artistas plásticos Francisco Da Antonio y Doménico Casasanta.


Si usted es de aquellos que disfruta de visitas especializadas en arte, le recomiendo pasar antes por el Museo de Arte Contemporáneo y pregunte por el catálogo de fotografía de esculturas y monumentos del camposanto, editado en honor a Francisco Narváez; también puede ir a la Biblioteca Nacional, es difícil asegurar si todavía existe un ejemplar, pero si lo acompaña la buena fortuna y lo encuentra, le será de mucha orientación en su paseo.

Existe una forma más práctica y es solicitando la colaboración de un guía entre los trabajadores del “Sindicato de enterradores, jardineros y limpiadores de tumbas”. Puede hallarlos en su sede, discutiendo los mismos problemas sin resolver de la cuarta república, como ánimas en un solo plano cíclico de espacio y tiempo, sin memoria. Cualquiera de ellos le será de mucha utilidad y le animará el trayecto con anécdotas de asaltos, asesinatos, viudas que amanecen degolladas sobre las tumbas de sus maridos difuntos, novios celosos que después de matar a sus amantes se suicidan delante de los dolientes y de las bandas de profanadores de tumbas que han desmantelado los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana.

También puede hacerlo como cualquier ciudadano de a pie, e ir preguntando a otros caminantes por la vía hacia los panteones más llamativos, aunque no todos están dispuestos a la charla.   Los más afanados suelen ser los vecinos de los gigantescos barrios que han crecido a su alrededor y que lo usan de atajo para llegar a sus casas de bloque y techo de zinc; madres llevando a sus niños al colegio, abuelas con bolsas de mercados, hombres cargando bombonas de gas…  Los más amables son los que van en busca de milagros, el mundo mágico-religioso es quizás el más vivo en el cementerio.  

Aunque los restos de José Gregorio Hernández ya no están ahí, sus devotos siguen visitándolo para pedirle favores, también al protector Ismael de “La Corte Malandra”, a la Iluminada de Sarria, al profesor Lino Valles, al carpintero Victorino Ponce y a María Francia, que es de las tumbas más visitadas.

─Yo estaba a punto de graduarme de bachiller en administración, cuando me rasparon en matemática. No sé si era manía del profesor, pero el asunto era que por más que estudiaba, me raspaban. Le recé a María Francia y le prometí que si pasaba el examen final le traería una plaquita y flores todos los meses. ─ contó una de sus devotas.

─ ¿Y usted también siempre le viene a rezar?

─Ah pues, si me casé fue por ella. ¡Mi novio era un guabinoso!

El día en que Antonio Guzmán Blanco decidió abrir el Cementerio General del Sur, un 5 de julio de 1876, lo hizo con gran pompa, sacó la Banda Militar a las calles y una caravana de treinta carruajes transportó a los notables de la época desde la casa presidencial al sur del valle, hasta los terrenos de “Tierra de Jugo”.

 En 1982 fue declarado Monumento Histórico Nacional; este año cumplirá 139 años y solo se ha restaurado la fachada.

No hay peor muerte que el olvido, el olvido es la ventaja de los malos gobiernos pero muy a su pesar. Nada dice tanto de la historia y la ideología de un país que una necrópolis, aún en la desidia. 


domingo, 22 de marzo de 2015

El color del huracán. Escrito por Abigail Truchsess

EL COLOR DEL HURACÁN  
 Escrito por Abigail Truchsess


Había pasado a primaria, cuando nombraron a su padre capitán de la base naval de la Orchila.  A partir de ese año, todos los primeros días de agosto, ella, junto a sus hermanos e innumerables primos, viajaban en buque de guerra hasta la isla y se convertían en señores de un paraíso de libertades, hasta finales de septiembre.
Las actividades de un no-plan vacacional, incluían: competencias en mini-moto sin frenos, la meta colateral era estrellarse; abrir huecos en la arena, cubrirlos con papel periódico y gritar frenéticos “Javier se está ahogando” para ver cómo los papás y las mamás, tías y tíos llegaban sin aire a la playa y caían en los huecos.
El reto más espeluznante era ir de noche a “La Perla”, una quinta ubicada más allá de los manglares, donde deambulaba el fantasma de una cantante de ópera, bajo un poderoso cielo de estrellas.  
Ella creía que nada le daría más miedo que encontrarse con la blanca silueta de la mujer, hasta que un día su padre los reunió para informarles del alerta enviado por el Servicio Meteorológico de la Aviación Militar.
─ Una tormenta se aproxima a las costas de Venezuela y trae la cola de un huracán.  Deben tener cuidado, seremos azotados en menos de 24 horas.
La mañana amaneció limpia y brillante, como solían ser las mañanas en la Orchila; mientras los soldados se encargaban de acondicionar las casas para la tormenta, a los muchachos les dieron permiso para ir al muelle, bajo la condición de permanecer juntos  y de no dispersarse por la playa.   
En el mar transparente, se veía el fondo, lleno de sardinas nadando y todos menos ella, se pusieron a pescar. 
─Dejé los anzuelos.
─Agarra los míos -respondía el hermano mayor.
─Los tuyos no me gustan.
Se acostó en el suelo a ver el cielo: En el horizonte todo era calma, las nubes eran blancas y redondas como los conejos que tenían los marineros en el corral y que cada día sumaban más y más y más… fue gracias a los conejos que aprendió la tabla de multiplicar.
─Hay muchas nubes, son como diez por diez.  ¿Las ven?  Parece que viene la tormenta.  Acuérdense de lo que dijo papá., que la tormenta trae una cola de huracán.
Ninguno se acordaba ni la escuchaba,  porque en ese justo instante una picúa había llegado a toda velocidad tragándose una sardina en dos mordiscos y todos empezaron a lanzar anzuelos atiborrados de carnada, a ver quién la atrapaba primero en una competencia espontánea.
─ ¡Me voy sola! 
Airada, con el susto apretado en el pecho, tomó el camino de regreso a casa, dejó atrás la bulla de los primos y el silencio se le hizo grande, misterioso. Apuró el paso, faltaba poco menos de la mitad cuando se topó con la cola del huracán: Larga y verde, infinitamente verde, ocupaba todo lo ancho del camino, cerrándole el paso por delante y por detrás.  Sus redondos ojos giraban como Saturno dentro del anillo e hicieron foco en ella que dio un paso atrás.
Majestuosa, la cola se movió a un lado y al otro, susurró un conjuro y atrajo al viento, las hojas del piso comenzaron a levantarse.  La única salida de la niña era saltando sobre ella, lo hizo y empezó a correr desbocada, pero no avanzaba, las piedras de la arena golpeaban su piel, sentía pinchazos en los brazos, en la cara, en las piernas, el viento se hacía más fuerte y alguien la haló.  Era su padre.
─ ¡Hija!  ¿Dónde están todos? 
─ ¡En el muelle!
El padre la metió en su jeep, arrancó de prisa y buscó a los muchachos.  Uno a uno los fue lanzando, apretujados, al fondo del vehículo.
─ ¡No levanten la cabeza! ¡No miren por la ventana!
Cerró las puertas con golpe seco y se montó.  Estaba completa la camada de primos, faltaba su hijo varón. Lo ubicó veloz a través del espejo retrovisor, se había quedado afuera, el muchacho había intentado escapar pero la cola del huracán que azotaba y bufaba, lo enredó, se lo llevaba lejos.     
El padre, metió la palanca de primera y logró alcanzarlo, abrió la puerta y el muchacho se aferró con todas sus fuerzas al brazo del papá y entró de un empujón.  La cola del huracán, tomó revancha, estiró sus patas de gigante y con sus garras atrapó el jeep, lo arrastró al filo del muelle, las ruedas patinaron, iban a caer al mar y el padre aceleró a fondo, con más fuerza.
¡Ganó esa pelea!

Llovió toda la noche, al amanecer los muchachos salieron de expedición, querían saber cómo había quedado la isla después del paso de la tormenta.  Ella, que iba de última en la fila, divisó a aquel ser belicoso con poderes sobre el viento, a la orilla del camino; esta vez estaba masticando una rama seca.

─ ¡Cuidado! -les advirtió a todos. ─Ahí está otra vez, la tormenta no se llevó su cola de huracán, la dejó ahí, miren, ahí está. 
Todos voltearon a mirar:
─ ¿Una cola de huracán? Ahí lo que hay es una iguana.- Le dijo Javier.  
Ella la miró con tanta sorpresa que también puso los ojos redondos.   
Pasaron los años y el color verde se coló en sus sueños, siempre que aparece, sabe a uva de playa y aventura.  

Fin.